17 de agosto de 2006

Vagabundo y Mendigo

Pasaba casi todos los días frente a sus ojos, a paso lento y a veces decidido, ella lo observaba a distancia y lo dejaba pasar, le inquietaba su forma, le atraía su ser.

Un atardecer, de esos tibios aún, lo vio venir y su rostro dibujo una sonrisa, casi imperceptible, como una mueca y como casi todos los días su mirada quedó atrapada en su caminar. Él caminaba menos decidido que nunca, a pasos muy lentos, como si le pesara la vida, como si el tiempo no importara. Un atardecer, él levantó la vista y se cruzó con su mirada, ella la aprehendió por unos instantes y advirtió que tenía la arrogancia del sol y una mirada cándida, se preguntó si tendría corazón de poeta.

Pasó el tiempo y ella lo esperaba venir en la misma calle de siempre, él levantaba la vista a lo lejos y sostenían sus miradas y sonrisas hasta que sus labios se encontraban. Se tomaban las manos y caminaban, a veces decidios, a veces él se perdía, pero su mano siempre tomaba con fuerza la de ella, sentía que si la dejaba se caía.

Ella aprendió de su piel fría y descubrió que sus palabras podían tener calor y frío, que era capaz de amar con delirio. Y lo fue amando, a través de las calles, en ese espacio que se construyeron, y cuando él se hundía en la tristeza, ella recordaba esos consejos que escuchó alguna vez a la luz de la chimenea, esos que le explicaban sobre las desdichas de enamorarse de un hombre con corazón de poeta, de niño hombre y de hombre niño.

Él le enseñó a ver las estrellas, a soñar cosas bellas, y aprendió a disimular cuando la tristeza lo vencía y si algún atardecer se perdía, volvía apresurado a encontrarla, porque su piel la necesitaba, porque su piel de nieve se hace fuego cerca de ella.
Y así lo ha conocido, y así le gusta a ella que sea, que tenga el corazón de poeta.

El otro día escuché la canción “corazón de Poeta” y me recordó a mi abuela reprochándole a madre su amor por un hombre con corazón de poeta y a ella asegurándole que no podría haber sido de otro modo.

3 comentarios:

pablo minolta dijo...

así pasa con los poetas, los artistas...

cariños...

pablo minolta dijo...

así pasa con los poetas, los artistas...

cariños...

Anónimo dijo...

Ocho? Pero, cómo? Sí, ocho, un viaje maravilloso y una dulce sensación...